He decidido escribir este artículo porque siento la necesidad de aportar mi granito de arena para que algún día la violencia no sea necesaria. Sé que suena utópico, pero siempre digo que hay que creerlo para crearlo. Por otro lado, estoy convencida que la solución sólo pasa por la educación.
La evolución de la ciencia, y de la vida en general, nos permite ahora aprender cosas que no nos enseñaron en los colegios. Aprendizaje que nos lleva a un mejor acompañamiento a nuestros hijos, para su mejor desarrollo emocional y cerebral.
Al respecto de la educación de padres a hijos, hay algo que siempre me ha tocado el corazón: entender qué es lo que las personas consideran por disciplina.
La palabra “disciplina” proviene del lantín discipulus, que significa “discípulo, alumno, estudiante”. Se puede entender la disciplina como la práctica para conseguir un resultado de manera coordinada y ordenada. Y también se puede entender la disciplina, como se hace en el ámbito militar, como el cumplimiento de las reglas de comportamiento para mantener el orden y la subordinación entre los miembros de un cuerpo, en el que se exige la obediencia absoluta.
Me gustaría entender qué es para la mayor parte de las personas la disciplina en el ámbito educativo. ¿Se trata de una práctica que exige la obediencia, y, si no, tiene como consecuencia el castigo?, ¿o se trata de una práctica de acompañamiento de forma coordinada y ordenada desde el cariño, el afecto, el respeto, la empatía, la coherencia y la conexión emocional?
Para mí sin duda la disciplina en la educación debe estar relacionada con una enseñanza desde el cariño, la empatía, el respeto y la conexión con nuestros hijos. Haciendo de los malos comportamientos de nuestros hijos situaciones para crear habilidades y no generar miedo.
Algunos padres o madres se pasan gran parte de su día a día pretendiendo que los niños hagan lo que ellos quieren que hagan, que se callen, que dejen de llorar, que no tengan rabietas ni se enfaden, que hagan los deberes o dejen de pelearse con sus hermanos… Y para ello emplean castigos, gritos e incluso algunos padres o madres llegan a utilizar la agresión física.
Para aquellos, que consideren incluso hasta los azotes en la disciplina, yo les diría: ¿de verdad quieres mostrar a tus hijos que la manera de resolver conflictos en causando dolor físico a alguien que no puede defenderse ante ti?, ¿de verdad crees que debemos enseñar a nuestros hijos que la manera de resolver conflictos es pegando?, ¿no te gustaría vivir en un mundo menos violento?, ¿crees que educando con la violencia se puede conseguir un mundo menos violento?
Y para aquellos que acuden al aislamiento de sus hijos, encerrándolos en algún lugar de la casa, yo les diría: ¿qué quieres conseguir?, ¿crees que tu hijo se va a calmar y a reflexionar sobre su conducta sintiéndose sólo y que no estás a su lado para ayudarlo? Cuando un niño es aislado de forma punitiva lo que está pensando es: “que malo es mi “padre o madre” por haberme castigado y encerrado aquí.” Este tipo de castigos hace que los niños se enfaden más, con lo que acaban siendo menos capaces de controlarse y de pensar en lo que han hecho.
Una disciplina basada en el miedo y en el castigo pueden ser efectivos en el momento, pero a corto y largo plazo no sirven para el buen desarrollo de nuestros hijos. Estamos enseñándoles que el poder y el control son los mejores mecanismos para conseguir que los demás hagan lo que queremos que hagan. Con este tipo de disciplina desde el miedo y el control el niño no aprende en qué puede mejorar, sólo aprende que no obedecer le lleva a algo que no le gusta, que le duele y que no quiere para él. Estamos enseñando a nuestros hijos a obedecer, en lugar de aprender a tomar decisiones.
Cuando hacemos que los niños experimenten miedo o dolor, provocamos una respuesta más reactiva y primitiva en el cerebro de nuestros hijos. Y no permitimos que se active y desarrolle la parte más receptiva y reflexiva del cerebro que lleva a los niños a tomar decisiones más saludables y flexibles, además de controlar mejor sus emociones.
Los niños deben poder ser y sentir en cada momento sin tener miedo a la reacción o desaprobación de sus padres; aunque sepan que lo que han hecho al padre o la madre no le ha gustado, saben que está a su lado para ayudarle a mejorar, desde el respeto, la empatía, la conexión, y no desde el rencor y control.
Cuando un padre o madre educa en el miedo, hace que su hijo entre en un estado de confusión y de apego desorganizado. El niño quiere escapar del padre o madre que le genera miedo o dolor, pero por otro lado busca en esa figura de apego la seguridad. Una paradoja sin solución, generando estrés, cortisol, en el niño y provocando impactos negativos en su desarrollo cerebral.
Los niños suelen tener comportamientos inadecuados porque todavía no han desarrollado las habilidades necesarias. Al comportarse de forma inadecuada, en realidad nos están diciendo lo que necesitan mejorar. Aprovechemos estos momentos como oportunidades de conocimiento y crecimiento.
Por lo general el mal comportamiento se debe a que un niño lo ha pasado mal en una situación determinada, y siente esos sentimientos fuertes que no sabe cómo gestionar, y la mala conducta se produce como simple consecuencia de ello.
Sus acciones, sobre todo cuando pierde el control, son un mensaje de que necesita nuestra ayuda. Por este motivo debemos conectar con él, para que sienta que puede tener nuestra ayuda, aunque no nos haya gustado lo que ha hecho. Para conectar debemos empatizar con él, validar sus emociones desde la comprensión, y a partir de allí podremos hablar sobre lo que ha pasado y como poder mejorarlo.
El objetivo primordial de la educación no debe ser que nuestros hijos hagan lo que nosotros queramos que hagan porque estamos vigilándolos o diciéndoles lo que tienen que hacer; sino que debe ser conseguir que aprendan a tomar decisiones positivas y productivas por si mismos. Cuando brindamos a nuestro hijo la oportunidad de decidir cómo debe actuar, más que decirle sin más lo que debe de hacer, se vuelve una persona más responsable a la hora de tomar decisiones.
Muchas veces somos los propios padres o madres que actuamos así desde el miedo, pensando en que, si no castigamos, gritamos, etc. vamos a fracasar como padres y se nos va a ir de las manos. Ahora yo te pregunto: ¿si tuvieras la certeza de que, educando sin miedo ni control, si no desde el respeto y la empatía, vas a poder conseguir niños responsables con ellos mismos y con los demás, lo harías? ¿por qué no lo intentas?
Existen mejores alternativas que el miedo o el castigo físico o psicológico; alternativas ligadas a la conducta o necesidad del niño, alternativas que se basan en principios que corresponden con sistemas de valores y respeto a nuestros hijos, como individuos que son. En próximos artículos que escribiré veremos ejemplos de algunas de estas alternativas. De momento te dejo algunos libros que considero que te pueden servir: “Educar sin perder los nervios” de Tania García, “Disciplina sin lágrimas” de Daniel J.Siegel y Tina Payne, “El niño que venció a brujas y dragones” de Fernando Alberca, “Cómo hablar para que sus hijos le escuchen y cómo escuchar para que sus hijos le hablen” de Adele Faber y Elaine Mazlish, “El sistema de las cuatro claves” de Patricia Robledo y José Feliciano, “Fundamentos de la comunicación no violenta” de Pilar de la Torre.
Sé que no es fácil ser padre o madre, nadie nos enseñó. La evolución de la neurociencia y la psicología nos dan informaciones necesarias para acompañar mejor a nuestros hijos en su mejor desarrollo cerebral y emocional. Por qué no dedicar un tiempo a aprender a hacerlo mejor. Es la mejor inversión que puedes hacer por tus hijos. Cuanto antes mejor.