Mi carrera profesional ha sido, hasta no hace mucho tiempo, una sucesión de decisiones equivocadas. Una detrás de otra. Podría hasta ponerle un slogan “equivocándome sin parar desde 1999”. También he tenido aciertos y alegrías, pero mi trabajo siempre ha estado en un segundo (o tercer o cuarto…) plano en el conjunto de mi vida.
De hecho este es el primer y principal error que cometí. Y este error es el que desencadenó todos los demás: no debí haber separado el trabajo de mi vida.
Me explico.
Hace unos cinco años descubrí el Coaching. Me encontraba perdido a nivel profesional. Sabía lo que no quería (continuar haciendo lo mismo) pero no lo que quería.
El Coaching me ayudó a tener una visión sistémica de mi vida. En aquel proceso no hablamos sólo de trabajo. Hablamos de valores, de intereses, de placer, de aficiones, de mi familia, de mis amigos, de miedos, de alegrías. También hablamos de trabajo por supuesto, pero de una forma que no conocía. Mirando en mi interior y teniendo en cuenta no sólo capacidades, salarios o salidas, sino otras muchas cosas que, hasta el momento, yo pensaba que nada tenían que ver con el trabajo.
Ahora sé que seguramente nada de lo que haga a nivel profesional va a funcionar bien a largo plazo si no está alineado con el resto de mi vida. Básicamente con tres aspectos: mis valores, mis talentos y mis emociones.
Comúnmente siempre se ha tendido a catalogar ciertas profesiones como “vocacionales” (médicas o enfermeros, policías o militares, bomberos, políticas, maestros, etc), pero ¿y si resulta que todas las profesiones lo son?.
Si tu trabajo está alineado con tus valores y talentos, tu trabajo será una pieza que complementará perfectamente con el resto de aspectos de tu vida.
Si yo hubiese trabajado el autoconocimiento, o me hubiese puesto en manos de un coach cuando era adolescente, probablemente mi camino hubiese sido más placentero.